lunes, 9 de noviembre de 2015

Un nuevo viaje

    





Bajo un mar de estrellas, el cuervo vigilaba las tinieblas desde la copa de un árbol. Había viajado mucho, desde muy lejos, y aquella era una tierra extraña para él. Los árboles parecían más altos y más fuertes, la noche más oscura, y sus ojos veían detalles de la naturaleza que nunca antes había observado. Aún asi, después de tanto tiempo sobrevolando el mundo, los objetos luminiscentes permanecían en lo alto casi invariables, como poderosos ojos guardianes de los vivos y de los muertos. El cuervo escuchaba atentamente en la oscuridad, apreciando sonidos que nunca antes había oído. Todo era diferente pero al mismo tiempo todo le resultaba extrañamente familiar. Ahora sus alas habían crecido, al igual que las ramas de los árboles, y se sentía más fuerte que antes de haber emprendido el viaje que le había llevado hasta allí. Quizá ahora pudiera alcanzar los objetos luminiscentes de allí arriba, pues si podían verse significaba que también se podía llegar hasta ellos. O eso creía él. Llegó el momento, pues las primeras luces del alba ya se dejaban ver entre las nubes. Aquello significaba que la espera había concluido. Así que alzó la cabeza, estiró las alas, y de un salto se lanzó hacia su destino.




martes, 10 de marzo de 2015

El extraño caso de Karen McGraw. Capítulo IV

    





    Estaban llegando al lugar donde la habían encontrado. Tom llevaba a Laureen en su coche mientras que los dos agentes de policía los seguían de cerca. Tom le había estado contando a Laureen las extrañas circunstancias en las que habían encontrado a Karen.
    —Estaba irreconocible —había dicho Tom—. Apareció completamente desnuda, en medio de un campo de heno de algún granjero de las afueras. Llevaba no sé qué escrito en la espalda. Parecía confusa y desorientada. Ni siquiera me reconocía.
    Tom también le había dicho que intentó meterla en el coche y llevársela a casa, pero justo en ese momento aparecieron varios agentes de policía y se lo impidieron por todos los medios. Al parecer, según le habían dicho, Karen no se iría a ningún lugar, eran órdenes de arriba.
    Avanzaban por un camino sin asfaltar, lleno de baches, que conducía hacia las montañas. Por allí solo había campos de diferentes cultivos y de vez en cuando alguna vieja casa o granero. Tras un largo trecho por aquel tortuoso terreno, giraron hacia la derecha y divisaron a la muchedumbre unos metros más adelante.
    —Es aquí —dijo Tom, reduciendo la marcha del vehículo—. La tienen resguardada en uno de los co... ¡¿Qué demonios...?!

jueves, 5 de marzo de 2015

Hitler y la democracia

Vivimos en un momento histórico importantísimo donde la política está más presente que nunca en la sociedad española y europea, lo cual es algo muy positivo. El problema que provoca tantos incontrolables y poco educativos debates televisivos o en las redes sociales es que no todo el que habla se preocupa por informarse, e incluso algunos de los que se informan son capaces de tergiversar la verdad y de manipular datos premeditadamente para conseguir ciertos propósitos.
Habitualmente se intenta desvirtuar la democracia diciendo que fue precisamente una democracia la que permitió el ascenso de un dictador extremadamente violento como Adolf Hitler al poder. Este es un argumento falaz ya que la constitución de aquel entonces poseía vacíos legales que permitían la instauración de poderes dictatoriales en ciertos casos de extrema necesidad. Algo que no es posible según las directrices de las democracias modernas.
Dentro de toda esta desinformación hay un argumento que se utiliza muy habitualmente para atacar a algunas opciones políticas de izquierdas en particular y al sistema democrático en general. Se trata del mito de que Adolf Hitler ganó democráticamente unas elecciones y después, respaldó su tiranía en ese triunfo electoral. Esto es un dato rotundamente falso, pues Hitler nunca obtuvo mayoría absoluta en unas elecciones democráticas.
Entonces, ¿cómo fue realmente la llegada de Hitler al poder? Lo desarrollo en las siguientes líneas.


lunes, 2 de marzo de 2015

Reseña de La isla mínima

En la España de principios de los 80, en algún lugar de las marismas del Guadalquivir andaluzas, dos policías, Juan Robles y Pedro Suárez (Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo, respectivamente), investigan la extraña desaparición de dos chicas menores de la zona.
Estamos ante un largometraje de gran calidad en muchos aspectos, entre ellos el desarrollo de la trama, el cual se nos presenta de una manera magistral, haciendo que el espectador sienta que se le deshilacha el misterio al ritmo justo y necesario.
Cine negro, policíaco y/o thriller, como el lector prefiera, del director Alberto Rodríguez, que recuerda en gran medida a otra película española cuya trama es prácticamente igual, solo que ambientada en la actualidad: Inocentes.
La búsqueda de los secuestradores se complica a medida que se van desmenuzando los misterios, a menudo atascándose en un muro de silencio cómplice dominado por el poder del miedo y del dinero de aquellos que pueden y saben ejercerlo. Interrogatorios lentos y poco concluyentes en los que tanto poli bueno como poli malo parecen intercambiarse momentáneamente los roles ante la frustración de la investigación.
La película narra los acontecimientos generalmente con pocos diálogos y buenos planos. Muy bien ambientada visualmente donde miles de hectáreas de campos de cultivo hasta donde alcanza la vista, rostros sombríos y la práctica total carencia de cualquier atisbo de tecnología moderna nos transladan, efectivamente, a una época post-franquista enfrascada en un contexto lóbrego y dramático, con alusiones también a la lucha obrera, sobretodo al principio del filme.
Poca acción y pocos tiroteos (no estamos ante una superproducción americana) y una muy buena actuación del gran Javier Gutiérrez, no en vano galardonado con su primer Goya a mejor actor protagonista.
Junto con la trama principal se desarrolla otra más sutil y a la vez, menos elaborada. Se trata del enfrentamiento silencioso entre ambos agentes de policía, ideológicamente opuestos, que desemboca en un tenso cruce de miradas como última escena del aclamado metraje.







Título original: La isla mínima
Año: 2014
Género: thriller, drama
Dirección: Alberto Rodríguez
Guión: Alberto Rodríguez, Rafael Cobos
Reparto: Javier Gutiérrez, Raúl Arévalo, Nerea Barros, Antonio de la Torre, Jesús Castro
Música: Julio de la Rosa
Fotografía: Álex Catalán


Puntuación: 4/5




viernes, 27 de febrero de 2015

El extraño caso de Karen McGraw. Capítulo III







    Habían pasado casi nueve horas desde la desaparición de Karen. Lo primero que hizo Laureen fue llamar a todos sus conocidos, por si estaba con alguno de ellos. También les dijo que estuvieran alerta y que era altamente probable que la hubieran secuestrado. Después, llamó a su amiga Rosie, una madre soltera que conocía desde la adolescencia, quien la convenció para pasar la noche en su casa y llamar a la policía a primera hora de la mañana.
    —Le ha pasado algo, estoy segura.
    Laureen hablaba con los dos agentes de policía que se habían acercado a casa de Rosie tras atender su llamada. Eran la agente Sheyla Dunham, que tomaba nota de todo lo que Laureen le contaba, y Richard Stevens, un hombre joven y esbelto que se mantenía de pie, apoyado en la pared y escudriñando el exterior de la ventana. Mientras tanto, Rosie permanecía en la cocina dándole el desayuno a su hijo.
    —¿Qué estaba haciendo Karen McGraw cuando la vio por última vez? —La agente Dunham hablaba con un tono neutro y profesional.
    —Estábamos viendo la televisión en el cuarto. Sonó el teléfono y Karen fue a cogerlo. No fue una conversación excesivamente larga, pues volvió al poco tiempo —La agente Dunham, sentada frente a Laureen, tomaba apuntes a gran velocidad mientras asentía con la cabeza—. Y, no sé... Cuando volvió parecía preocupada por algo, no recuerdo lo que me dijo. Esa fue la última vez que la vi.
    —¿Se llevaban bien? ¿O discutían a menudo?
    —Nos llevamos perfectamente y no hemos discutido desde hace meses. Si piensa que ha huído de mí, descarte esa opción. Conozco a Karen y le aseguro que ella no es así. Karen no es una persona impulsiva y si tiene algún problema no es de las que se lo callan, es imposible que se haya ido por voluntad propia. Estoy segura de que la han secuestrado. Ya ha visto la sangre.
    —¿Sabe de alguien que pueda ser sospechoso? Quizá algún exnovio celoso o tal vez un cliente obsesionado con ella. Ha mencionado usted que su lugar de trabajo está lleno de hombres un tanto descarados.
    —Babosos. Ese es el térnimo exacto que he utilizado —Laureen empezaba a impacientarse—. Y no, no se me ocurre ningún posible sospechoso, pero comparto la idea de que haya podido ser alguien del Manson's. Es prácticamente al único sitio que va cuando sale sola de casa. No es posible que haya sido ningún exnovio porque yo soy la primera pareja estable que Karen ha tenido.
    El agente Stevens colocó una mano sobre la funda de su arma.
    —Alguien se acerca. Es un coche. Está entrando en la propiedad.
    Laureen se levantó despacio, conteniendo la respiración, y observó cautelosamente el exterior. Conocía aquel coche, pero no era el de Karen. Era el de Tom.
    —Es un amigo de Karen —dijo Laureen, emprendiendo el paso hacia la puerta—. Estará preocupado.
    —Recuerde, señorita Thompson —el agente Stevens le colocó una mano sobre el hombro para detenerla—: cualquier persona de su entorno es un potencial sospechoso. Nosotros no estaríamos aquí si los criminales no hubieran aprendido a esconderse.
    Laureen reflexionó unos instantes, luego dijo:
    —Lo tendré en cuenta. Gracias.
    Tom ya había aparcado el coche, se había bajado y llegaba corriendo al porche cuando Laureen abrió la puerta.
    —¡Te he estado llamando! —dijo Tom, con tono alterado—. ¿Cómo se te ocurre no decirme dónde estabas? He ido a tu casa y no he visto tu moto, luego se me ocurrió que podías estar aquí.
    —Tranquilo, Tom. Estoy con la policía. ¿Qué ocurre?
    —La he encontrado.




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